viernes, 13 de febrero de 2009

Relato de la silla (Cuento)

Carlos y María se conocieron hace casi treinta años. Sus miradas se cruzaron por casualidad en aquella peña que organizaban en el barrio – sin ser primavera, la fogata de San Pedro y San Pablo parecía despertar en los jóvenes cierta pasión - .

Él, alto, rubio y de figura esbelta, estaba junto a la parrilla del puesto de choripanes; ella, morena de ojos verdes, se presentó ante él como una aparición divina. Ninguno pronunció palabra – aunque aquellas hubieran sobrado esa noche - ; sus miradas se cruzaron y desde ese momento todo fue ideal.

En el barrio no existía quien no conociera a esta pareja; desde niños, Carlos y María vivían en Adrogué, por lo que no fue sorpresa para los vecinos que aquel angelito rubio y travieso, y aquella muñequita de ojos verdes cruzaran sus vidas esa noche.

Creo que de todas las parejas que se formaron para esta festividad fue la única que perduró en el tiempo.

Aunque la vida les pusiera ciertos obstáculos, los jóvenes supieron sortearlos con la mayor calma y siempre juntos; no fue fácil superar la muerte del abuelo para María, y mucho menos con Carlos en el Servicio Militar.

Ya superados los malos momentos y con Carlos de regreso en el barrio, la vida se hizo más amena para ambos. Los encuentros se hicieron más frecuentes y como todos los novios, procuraban el momento más oscuro para estar a solas.

Una noche de primavera, en la que la pareja disfrutaba una caminata bajo la luz de la luna fue que la vieron y quedaron prendados de ella.

No era gran cosa; abandonada en la esquina como un simple residuo estaba ella: la sillita de madera.

Quien primero la vio fue María; recordó en ese instante que cuando niña, había tenido una igual fabricada por su abuelo. Carlos, que pareció no darle demasiada importancia, rememoró haber visto alguna similar en su infancia pero enseguida desvió la conversación. María quedó sorprendida de la poca atención que su novio prestaba a su comentario; obviamente no sabía lo que Carlos planeaba en su interior hacer con la sillita.

Esa noche, luego de dejar a María en su casa, Carlos pasó por la esquina y recogió aquel vejestorio. Gran sorpresa se llevó María semanas después cuando - vía flete - le llegó una sillita – réplica de la que compartiera sus días de infancia – junto con una tarjeta que decía:

_Para la niña que vive a diario en tu corazón.

Con cariño

Carlos.

María no cabía en sí de la alegría. La silla era igual a la que el abuelo carpintero había fabricado para su primera nieta. Carlos la había lijado y serruchado sus patas para que fuera enana; la pintó de rosa y celeste; dibujó un corazón en el asiento y grabó el nombre de su amada en el respaldo.

María salió corriendo en busca de su amor y grata fue la sorpresa cuando encontró a Carlos a la vuelta de la esquina junto con un ramo de rosas y otra tarjeta que decía:

_Di que sí ¡!

Ambos se abrazaron y besaron como nunca, ya no sentían vergüenza de las demostraciones de afecto en público, sino que debían comunicar a todos la felicidad que sentían porque se iban a casar.

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Y como ves, Juancito, esa sillita en la que estás sentado tiene la edad de tu mamá; el abuelo me la regaló el día en que supimos que íbamos a estar juntos para siempre.

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