viernes, 13 de febrero de 2009

Autobiografía de un Artista de Circo (Cuento)

La luz de los reflectores hoy me parece más tenue que nunca. El brillo de Venus enceguece al auditorio. Desde lo alto se puede escuchar el murmullo del silencio. Una vez más yo reino en esa inmensidad. Su atención es sólo mía; sus miradas expectantes recorren el pequeño abismo que nos separa para fundirse en el rojo carmesí de mis sueños.

Ahí estoy yo, en las alturas que siempre fueron mi cielo, ese cielo en el que brilla la estrella más bonita: “El Lucero de Venus”...

La música me susurra al oído; acompañados por el sonido de la admiración, mis dedos se enredan entre las suaves cintas de seda; mi piel se despide de los pliegues de su cuerpo que se deslizan por mi espalda hasta dejarla al desnudo. La capa roja cae al vacío, y tras ella yo. Sensual, serena, mi figura se contonea en el aire cual sombra dibujada en la arena... nada me importa, soy yo, soy Venus, soy quien roba por un instante la atención del mundo y quien paraliza el tiempo; quien detiene los latidos de sus corazones y les arranca el último aliento de vida; más no pude arrancar los suyos. Soy tantas cosas y no soy nada.

Soy pasión, ardor; soy la silueta del fuego que quema sus deseos; soy atracción, riesgo o simplemente una bailarina; soy lo que siempre quise ser y ahora no soy nada.

Quien podría haber imaginado que una niña de pueblo llegaría a ser lo que yo soy: nadie.

Todos creerían que seguiría los pasos de una madre dedicada al amor de sus hijos y alumnos, sin embargo, cuando tuve la oportunidad de despegar del nido, despegué.

Quizás la elección no fue la mejor pero... el circo era el boleto de los sueños: nadie a quien responder ni preocupar; no más sermones de “las nenitas bien no hacen...” ¡nenita!, con veinte años y nenita sólo por no poder encontrar un empleo con el cual sustentarme y no tener que pedir permiso a nadie. Quería crecer y no me dejaban. Por eso me fui, porque ya no soportaba no tener intimidad, no quería seguir siendo lo que ellos querían que fuera. Sabía como era estar sola, ser dueña de tus actos y tus decisiones; soy responsable, ordenada, juiciosa y capaz, por qué tenía que seguir soportando un daño que me consumía el alma y me llenaba de angustia. Entonces me fui...

...Y aquí me ves, rodeada de payasos, malabaristas y animales. A muchos de mis compañeros los admiro y respeto, son verdadera gente de circo y sin embargo, a pesar de mi condición de “extraña”, fueron conmigo mucho más de lo que yo esperaba. Son una gran familia; son mi familia. Supieron hacerme un lugar en mis malos momentos, ser mi sostén, y enseñarme a arrancar desde abajo; y así arranqué. No siempre fui lo que ahora soy o bah... lo que creen y creí que soy.

Al comienzo, era la ayudante del mago, y la muchacha a la que , apoyada en esa tabla giratoria, le lanzan cuchillos para reventar los globos. Después con el tiempo – cuando la tristeza y la vergüenza ya no formaban parte de mi – me fui animando a dar los primeros pasos de baile junto al mago; si lo hubieras visto, se volvía loco, no soportaba que le atrasara el número; después de cada función, me gritaba, se enojaba , insultaba hasta que un día me cansé y lo mandé a la mierda; sí, como lo escuchás; le dije: _ “...me tiene cansada viejo, me largo, no lo soporto más, yo estoy para cosas más grandes que meterme en una cajita que huele a humedad o sacar pañuelos de colores de una galera. Sabe que, por mí se puede ir usted, sus pañuelos y sus conejos bien a la mierda. Y sabe otra cosa, jubílese porque ya ni a los viejos como usted soportan sus números... Mago de mala muerte...”

En el circo nadie lo podía creer, se quedaron todos boquiabiertos, pero la verdad mi mal carácter y crudeza fueron una gran ayuda. De a poco fui ascendiendo, merced a mi talento, mi buen desempeño y disposición, y mi decisión firme de no dejarme pisar la cabeza.

En poco tiempo me convertí en “El Lucero de Venus”, aunque no tardaron mucho en convertirme en Venus; Don Antonio el dueño y presentador dice que es mejor así: más corto para que el presente, y más sensual para atraer a los hombres.

Ya ves, todo cuajaba perfectamente y creerás que cada vez era más feliz; yo también creía lo mismo, pero no fue así.

El encanto y la magia por la vida de circo y por el éxito no tardaron en apagarse.

Muy pronto se desvaneció el idilio de llegar a ser lo que deseaba y más aún después de conocerlo a él. No creas que nuestra vida de viajeros nos hace iguales que los marineros: no dejamos un amor en cada puerto. Sin embargo, hacer puerto en Buenos Aires a mí sí me hizo dejar un amor. No quiero darte muchos detalles, la ocasión no lo amerita; sólo puedo decirte que amé, amé mucho y sin medida; entregué el alma y el corazón y sé que él también lo hizo. Viví el idilio de ese amor como una adolescente; conocí y disfruté los placeres del amor como una mujer y aquí me tienes, sufro la pérdida como un niño; no puedo sanar las heridas y tampoco me deja hacerlo, porque cuando parece que cierran y la vida comienza de nuevo, su egoísmo lo acerca otra vez a mí ¿con qué fin? no lo sé, sólo sé que su presencia me arrastra hacia el fondo del vacío y no puedo levantarme. Muchas noches, cuando todos duermen, me paseo entre las jaulas de los animales y los miro con envidia; sí, envidia porque son más libres que los hombres; y aún detrás de esos barrotes que los encierran son felices, porque no sufrirán nunca la pena de amar.

Ayer, una de tantas noches de melancolía, me quedé observando la jaula de la pantera negra. Sus ojos amarillos resplandecían y su cuerpo, negro como el ébano, se confundía con la oscuridad de la noche.

Su silueta iba y venía dentro de la jaula como un espectro que circula por las sombras hasta penetrar en tus sueños y robarte la calma. De pronto se detuvo; se quedó inmóvil delante de mi y mirándome fijamente rugió como respondiendo a los pensamientos que mi corazón y mi mente alborotaban.

Entonces lo supe y me decidí.

Querido Pablo, esta noche será la última para mí; ayer lo vi entre la gente de la platea y escapé lo más rápido posible para no encontrarlo, y sin embargo los recuerdos me encontraron a mí.

Esta noche fue mi última noche de circo, pero no mi última función.

El mejor y el último de mis espectáculos lo verá la inmensidad del mar cuando abra sus brazos para recibirme desde lo alto del acantilado.

Mis angustias y mis lágrimas me ahogaron antes que la salada espuma del mar, mi compañero de penas, mi más profundo confesor.

Adiós mi querido Pablo; adiós.

...................................................

Pablo estruja la carta entre sus manos; y mira atónito a ese desconocido payaso que lo detuvo frente el remolque de Paula Santamaría: “El Lucero de Venus”.

En el más profundo de los silencios que la noche le regala a su soledad, una lágrima nace en sus ojos para morir en esa rosa que ella nunca recibirá.

No hay comentarios: