miércoles, 9 de diciembre de 2009

Quisiera...

Quisiera que el tiempo se detuviera en ese instante en que la sal de los ojos se derramó sobre el desierto áspero de caricias...

Quisiera que el tiempo se detuviera en ese insante en que como el zorro domesticado comencé a extrañar en el trigo el brillo áurico de sus montes rubios...

Quisiera que el tiempo se detuviera en ese insante en que propuse a mis pensamientos dejar de rondar mi alma para encenderla nuevamente con aquel brillo que las sonrisas regalan...

Quisiera que el tiempo se detuviera en ese instante en que el marrón profundo de mis ojos se detuvo en el punto exacto en que los sueños nublan el pensamiento y atizan las emociones...

Quisiera que el tiempo se detuviera en este instante para no rogar a mi pluma que dibuje una a una las palabras que encerradas en la tinaja dejan olvidada en el fondo la esperanza de Pandora...

Quisiera que el tiempo se detuviera en este instante para no tener que enseñarle al tiempo a olvidarte en un instante...

martes, 17 de noviembre de 2009

Poema en cuatro angustias y una esperanza

Enseguida anochece.

La luna clara se dibuja en el universo.

Como una diosa recién llegada trae la palabra inédita;
la sílaba secreta, la melodía encadenada.

La musa tiene dos vidas…

…Yo, una.

Ladrón de Versos II

Enseguida anochece.
Me desprendo del abrazo,
salgo a la calle.

Las historias giran en el univers0,
las estrellas tiemblan, se estremecen;
la luna clara se dibuja en el firmamento

¿Me imaginas?
No imagines,
nada de lo que imaginas es real.

El silencio acosa mis horas perseguidas.
Como una diosa recién llegada
trae la palabra inédita, La sílaba secreta.

Por fin me necesita.

Ladrón de Versos I

Enseguida anochece.
El verso cae al alma
como al pasto el rocío.

Las historias giran en el universo.
No imagines,
nada de lo que imaginas es real.

Las estrellas no dejan de temblar;
como una diosa recién llegada
trae la palabra inédita,la sílaba secreta que alimenta.

Por fin me necesita.

viernes, 13 de febrero de 2009

Malena baila el tango (Cuento)

El puerto le devuelve al amanecer su habitual bramido matutino; ese eterno bostezo importado desde Italia, España, o qué se yo...

La esquina es la de siempre; ese empedrado vanguardista que en breve abrirá sus puertas a la visita de un centenar de extranjeros pendientes del espectáculo. Frente al riachuelo, de espaldas a las últimas cantinas, se levanta el escenario más antiguo de nuestro mundo.

El sol se alza detrás de las casas, y entre la perspectiva de las sombras, una figura extraña y a la vez familiar dibuja círculos en la vereda.

De pronto, un quiebre repentino arranca a la extraña de su letargo... Dos cuerpos que ahora son uno arrebatan el aliento.

Malena baila el tango. El lamento del bandoneón se confunde con los gritos de los niños que corren de un lado a otro sobre el empedrado sorteando a los turistas que compran fotos de Gardel.

Malena ensaya una y otra vez. El abuelo le ha dicho que en el fondo de cada ser Dios ha guardado una pequeña estrella que algún día brillará en el firmamento.

Malena levanta su mirada, y en aquellos ojos negros que fijo la miran reconoce la melodía... Y una vez más, la niña de piel aceitunada, mezcla de muchas razas, se ve sentada en esa escalera de madera que conducía a su piecita de latón, donde desde aquella ventana de marco azul y alfeizar colorado espiaba el patio del conventillo vecino.

Entre macetas y baldosas de ajedrez, Aníbal Troilo le canta secretos al oído...

Y una vez más, Malena baila el tango... Con esfuerzo y constancia Malena baila el tango...

Aquello ojos negros, fijos en sus pupilas no son los del abuelo... El hombre frente a ella no viste camiseta de algodón y chancletas... El sonido de su voz no suena agrietado por el tiempo... Sus pies no soportan el peso de una pequeña inquieta y vivaracha...

Una vez más, Malena baila el tango... y su cuerpo ligero se confunde entre las sombras del escenario...

De París a la Boca y a sus luces de color... La orquesta cuenta su historia mientras Malena baila con pasión…

Las figuras roban el aliento, detienen la atención... De París a la Boca... una Boca de cartón.

La estrella interna brilla en lo alto de la marquesina.

La abuela no la aplaude de pie en la cocina... Malena baila el tango y la aplauden de pie los asistentes a la función.

VI (Cuento)

“...No imagines; nada de lo que imaginas es cierto,

lo único real es el cuerpo. Nuestros cuerpos...”[1]

La luz de Oriente se ha extinguido por completo... Ocultos en las sombras, dos cuerpos abatidos por el cansancio se aprestan para el combate final.

Las huestes olvidadas del otro lado de las murallas no conocerán jamás el secreto encuentro. En el tálamo oscuro, territorio donde conviven los perfumes y las almas, Venus susurra al silencio la suave melodía de la danza de los cuerpos...

Los sortilegios conjurados los han puesto uno frente a otro. Dos extraños conocidos, dos figuras que se confunden en una se roban al misterio en el instante en el que el latir de los corazones se acelera para desprenderlos de todo temor y pudor.

Suaves, serenas, las manos desnudan uno a uno los pliegues de la piel. Poco a poco, cada beso reconoce los rincones ocultos del placer... Lento se desvisten; ya no queda nada por esconder, las caricias revelan el ardor...

Una vez más, una mujer robada a la soledad y al silencio, es poseída por el hijo del íncubo.

Las sombras se conjugan... las figuras se funden... las manos dibujan una y otra vez el contorno de los cuerpos... La boca recorre cada centímetro adueñándose de lo ajeno, degustando lo prohibido; comienza por los labios, baja por el cuello y se entretiene en el pecho... se desliza por el vientre para descansar en las caderas y perderse entre las piernas...

El astuto guerrero, pupilo de Eros, ha ganado la batalla... con astuta estrategia ha recobrado la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva... Ha encendido el fuego; son esclavos de la llama.

La niña abandona la castidad virginal. La amazona aletargada se entrega al furor.

Una extraña sensación convierte a la presa en cazador... El suave y sensual roce de los cuerpos impulsa a la penetración... La desean, la necesitan, se consuma... se descubren sin siquiera pensar quién arrebata e incita sus más bajos instintos...

...Y en ese preciso instante, en que el sueño y la vigilia se confunden, dos cuerpos, agotados por el fragor de la batalla, respiran como animales, suplican, gimen y se desprenden de toda humanidad.



[1] Inés Legarreta, “Carta a un amor secreto”, en Su segundo deseo, Ed. EMECE, Bs. As 1997.

Autobiografía de un Artista de Circo (Cuento)

La luz de los reflectores hoy me parece más tenue que nunca. El brillo de Venus enceguece al auditorio. Desde lo alto se puede escuchar el murmullo del silencio. Una vez más yo reino en esa inmensidad. Su atención es sólo mía; sus miradas expectantes recorren el pequeño abismo que nos separa para fundirse en el rojo carmesí de mis sueños.

Ahí estoy yo, en las alturas que siempre fueron mi cielo, ese cielo en el que brilla la estrella más bonita: “El Lucero de Venus”...

La música me susurra al oído; acompañados por el sonido de la admiración, mis dedos se enredan entre las suaves cintas de seda; mi piel se despide de los pliegues de su cuerpo que se deslizan por mi espalda hasta dejarla al desnudo. La capa roja cae al vacío, y tras ella yo. Sensual, serena, mi figura se contonea en el aire cual sombra dibujada en la arena... nada me importa, soy yo, soy Venus, soy quien roba por un instante la atención del mundo y quien paraliza el tiempo; quien detiene los latidos de sus corazones y les arranca el último aliento de vida; más no pude arrancar los suyos. Soy tantas cosas y no soy nada.

Soy pasión, ardor; soy la silueta del fuego que quema sus deseos; soy atracción, riesgo o simplemente una bailarina; soy lo que siempre quise ser y ahora no soy nada.

Quien podría haber imaginado que una niña de pueblo llegaría a ser lo que yo soy: nadie.

Todos creerían que seguiría los pasos de una madre dedicada al amor de sus hijos y alumnos, sin embargo, cuando tuve la oportunidad de despegar del nido, despegué.

Quizás la elección no fue la mejor pero... el circo era el boleto de los sueños: nadie a quien responder ni preocupar; no más sermones de “las nenitas bien no hacen...” ¡nenita!, con veinte años y nenita sólo por no poder encontrar un empleo con el cual sustentarme y no tener que pedir permiso a nadie. Quería crecer y no me dejaban. Por eso me fui, porque ya no soportaba no tener intimidad, no quería seguir siendo lo que ellos querían que fuera. Sabía como era estar sola, ser dueña de tus actos y tus decisiones; soy responsable, ordenada, juiciosa y capaz, por qué tenía que seguir soportando un daño que me consumía el alma y me llenaba de angustia. Entonces me fui...

...Y aquí me ves, rodeada de payasos, malabaristas y animales. A muchos de mis compañeros los admiro y respeto, son verdadera gente de circo y sin embargo, a pesar de mi condición de “extraña”, fueron conmigo mucho más de lo que yo esperaba. Son una gran familia; son mi familia. Supieron hacerme un lugar en mis malos momentos, ser mi sostén, y enseñarme a arrancar desde abajo; y así arranqué. No siempre fui lo que ahora soy o bah... lo que creen y creí que soy.

Al comienzo, era la ayudante del mago, y la muchacha a la que , apoyada en esa tabla giratoria, le lanzan cuchillos para reventar los globos. Después con el tiempo – cuando la tristeza y la vergüenza ya no formaban parte de mi – me fui animando a dar los primeros pasos de baile junto al mago; si lo hubieras visto, se volvía loco, no soportaba que le atrasara el número; después de cada función, me gritaba, se enojaba , insultaba hasta que un día me cansé y lo mandé a la mierda; sí, como lo escuchás; le dije: _ “...me tiene cansada viejo, me largo, no lo soporto más, yo estoy para cosas más grandes que meterme en una cajita que huele a humedad o sacar pañuelos de colores de una galera. Sabe que, por mí se puede ir usted, sus pañuelos y sus conejos bien a la mierda. Y sabe otra cosa, jubílese porque ya ni a los viejos como usted soportan sus números... Mago de mala muerte...”

En el circo nadie lo podía creer, se quedaron todos boquiabiertos, pero la verdad mi mal carácter y crudeza fueron una gran ayuda. De a poco fui ascendiendo, merced a mi talento, mi buen desempeño y disposición, y mi decisión firme de no dejarme pisar la cabeza.

En poco tiempo me convertí en “El Lucero de Venus”, aunque no tardaron mucho en convertirme en Venus; Don Antonio el dueño y presentador dice que es mejor así: más corto para que el presente, y más sensual para atraer a los hombres.

Ya ves, todo cuajaba perfectamente y creerás que cada vez era más feliz; yo también creía lo mismo, pero no fue así.

El encanto y la magia por la vida de circo y por el éxito no tardaron en apagarse.

Muy pronto se desvaneció el idilio de llegar a ser lo que deseaba y más aún después de conocerlo a él. No creas que nuestra vida de viajeros nos hace iguales que los marineros: no dejamos un amor en cada puerto. Sin embargo, hacer puerto en Buenos Aires a mí sí me hizo dejar un amor. No quiero darte muchos detalles, la ocasión no lo amerita; sólo puedo decirte que amé, amé mucho y sin medida; entregué el alma y el corazón y sé que él también lo hizo. Viví el idilio de ese amor como una adolescente; conocí y disfruté los placeres del amor como una mujer y aquí me tienes, sufro la pérdida como un niño; no puedo sanar las heridas y tampoco me deja hacerlo, porque cuando parece que cierran y la vida comienza de nuevo, su egoísmo lo acerca otra vez a mí ¿con qué fin? no lo sé, sólo sé que su presencia me arrastra hacia el fondo del vacío y no puedo levantarme. Muchas noches, cuando todos duermen, me paseo entre las jaulas de los animales y los miro con envidia; sí, envidia porque son más libres que los hombres; y aún detrás de esos barrotes que los encierran son felices, porque no sufrirán nunca la pena de amar.

Ayer, una de tantas noches de melancolía, me quedé observando la jaula de la pantera negra. Sus ojos amarillos resplandecían y su cuerpo, negro como el ébano, se confundía con la oscuridad de la noche.

Su silueta iba y venía dentro de la jaula como un espectro que circula por las sombras hasta penetrar en tus sueños y robarte la calma. De pronto se detuvo; se quedó inmóvil delante de mi y mirándome fijamente rugió como respondiendo a los pensamientos que mi corazón y mi mente alborotaban.

Entonces lo supe y me decidí.

Querido Pablo, esta noche será la última para mí; ayer lo vi entre la gente de la platea y escapé lo más rápido posible para no encontrarlo, y sin embargo los recuerdos me encontraron a mí.

Esta noche fue mi última noche de circo, pero no mi última función.

El mejor y el último de mis espectáculos lo verá la inmensidad del mar cuando abra sus brazos para recibirme desde lo alto del acantilado.

Mis angustias y mis lágrimas me ahogaron antes que la salada espuma del mar, mi compañero de penas, mi más profundo confesor.

Adiós mi querido Pablo; adiós.

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Pablo estruja la carta entre sus manos; y mira atónito a ese desconocido payaso que lo detuvo frente el remolque de Paula Santamaría: “El Lucero de Venus”.

En el más profundo de los silencios que la noche le regala a su soledad, una lágrima nace en sus ojos para morir en esa rosa que ella nunca recibirá.

San Antonio (Cuento)

“...muerto y sepultado.

Descendió a los infiernos.

Al tercer día resucito de entre los muertos...”

Tiempo después, una noche oscura y no muy lejana a la muerte del prusiano, el santo descendió a los infiernos para asarce junto a su cerdo.

El carácter picaresco de Antonio parecía perderse día tras día en cada vaso de licor. El aguardiente ya no ahogaba las penas, sino que revolvía en las entrañas del viejo zorro la culpa que un inocente no pudo tapar.

_Antonio, ¿qué pasa que has perdido tu picardía?

_Hombre que es verdad. ¿Acaso te ha tenido tumbado la indigesta que te propinó el atracón de cerdo?

_Cierto Antonio, desde que tu prusiano ha desaparecido ya casi ni se te ve, y cuando te asomas gruñes más que perro rabioso.

Así bromeaban sus amigos las escasas veces en que el viejo se dejaba ver por el pueblo, más llevado pro asuntos de negocios, que por interés gozoso.

Sin saberlo, quienes fueron antiguos camaradas de bebidas y chanzas, provocaban temor al pícaro santo.

Una noche, en que el perro no cesaba de aullar, y el viento silbaba entre las copas de los árboles, Antonio despertó sobresaltado, como si una fuerza extraña lo hubiera arrancado de su lecho.

El viejo, gordo y pesado como era, bajó las empinadas escaleras que conducían hasta la despensa.

El lugar estaba tan sumergido en lo oscuro de la noche, que el santo brillaba envuelto en la palidez de su aura.

Sintió un ruido muy extraño cerca del corral, allí donde yacían los cerdos; y como el pavor lo inundaba, sólo atino a encender la lumbre para espiar por detrás de la ventana. A lo lejos, vio una sombra que se dirigía en dirección al granero; el susto pudo con él, y el santo corrió a esconderse.

A la mañana siguiente, la servidumbre – sorprendida por los vestigios de una borrachera – subió en busca de su amo, y grande fue el alboroto cuando lo encontraron a éste bajo la cama, con la cabeza tapada y el culo al aire.

Los criados no sabían si reír o llorar; en realidad, tuvieron que contener demasiado la respiración para no estallar en carcajadas cuando el amo – temeroso – se levantó del suelo.

La escena pareció graciosa aún para el alcalde Chicot, quien preocupado por las actitudes del viejo, solía acercarse todas las semanas hasta la finca del santo Antonio con intención de preguntar por su estado anímico.

El ambiente era demasiado extraño, y el santo en verdad se comportaba como tal.

La actitud de Antonio realmente preocupaba a sus allegados, y sobre todo a la servidumbre, quien compartía los días solitarios del hombre, y a quien atosigaba con preguntas extrañas; ¿qué hasta qué horas no se acostaban?, ¿quién dejaba la lumbre encendida?, ¿a quién puede ocurrírsele hurgar en el granero a altas horas de la noche?, y preguntas por el estilo que desconcertaban a los siervos.

Una mañana, en que el alcalde – como tantas otras veces – se acercó para visitar al amigo enfermo, lo encontró cerca del granero, examinando con puntilloso cuidado la fosa del abono. Cuando el hombre advirtió la insistencia con que el viejo volteaba a ver el lugar a la par que se alejaban del mismo, comenzó a clavarse en él una espina acerca de la actitud del santo.

Movido por esta incertidumbre, el señor Chicot propuso a Antonio trabajara con él un empleado del cual iba a prescindir hasta el tiempo de la cosecha.

San Antonio accedió al petitorio del amigo y acogió al obrero en su casa.

El hombre, joven, robusto, de buena estatura y de aspecto agradable, pronto se ganó el cariño del viejo Antonio quien dio al muchacho toda su confianza, mas le prohibió terminantemente que se acercara al granero y mucho menos a la fosa de abono.

_Anda hombre, que no te vas a acercar tú con esa presencia a tan maloliente lugar; qué quieres, que las muchachas huyan despavoridas ante el olor pestilente, vamos que eres joven y debes estar siempre presto para los amoríos; sino mírame a mí, dile Celia cómo te persigue tu amo entre las cacerolas; cuéntale a mi amigo las llamaradas que produce mi joven vigor.

Toma hijo, bebe otra copita para calentar el espíritu – Así hablaba el viejo; y tras cada copa anhelaba aún más ocultar la culpa y el pavor que cada noche lo atosigaba.

Llegada la hora del sueño, es santo guardaba vigilia tras la ventana por el alma del prusiano; por la mañana, al despuntar el alba, corría hasta su montaña de abono, la examinaba de lado a lado, y volvía – como cada día – a cubrirla con la nueva carga de estiércol que traía de la finca vecina.

No pasó mucho tiempo sin que un vestigio de su crimen , y la actitud sospechosa de sus actos condenaran a Antonio.

Una mañana, en que el viejo no se despertó – rendido por el cansancio de la vigilia y la borrachera que acostumbraba agarrarse en sus buenas épocas – el nuevo peón debió hacerse cargo de las faenas que acostumbraba más las que su amo solía llevar a cabo. Por ende, tuvo que acercarse a la fosa de abono y trabajar en ella, con tal mal tino para el pobre santo que, rastrillando el muchacho por los alrededores de ésta, fue a dar con algo duro que impedía llevara a cabo su tarea.

Entre forcejeo y forcejeo, la herramienta arrastró consigo un trozo de tela, similar a la de los uniformes. El obrero asombrado, guardó el hallazgo en su bolsillo y no comentó nada a nadie.

Por la tarde, cuando san Antonio despertó de su sueño, la criada que se disponía a servirle una suculenta merienda para suplantar el almuerzo perdido, contó al viejo lo que aconteció durante la mañana en que éste durmió su borrachera:

_Vino a verlo el alcalde Chicot y sus hijos se acercaron como cada lunes primero de mes para almorzar; dijeron que no lo despertáramos, que lo verán el próximo mes: lo que queda de éste lo tienen ocupado para volver.

_Qué más da – replicó el viejo – en cualquier momento el cerdo me manda al infierno y problema solucionado para ellos. Así que anda Celia, súbete a mis rodillas para disfrutar lo poco que te queda de buena vida antes de que tu patrón se muera.

La muchacha no sabía cómo esquivar las manos del viejo libidinoso que se colaban por debajo de sus faldas.

_Luego – prosiguió la sierva – el vecino trajo lo último que le quedaba de abono; el nuevo peón lo colocó en la fosa; habrá sido por eso que Devorador ladró toda la mañana, estuvo más alterado que nunca, como si guardara celosamente algo.

Al oír estas palabras, al santo se le atragantó el bocado; su cara se tonalizó de tal forma que en breve pasó del morado rabioso de la asfixia, al pálido luminoso del pavor.

Enceguecido por el temor de ser descubierto, se levantó de la mesa arrastrando consigo mantel y vajilla, y dejando hablando sola a la muchacha que le servía.

Veloz como saeta, fuese a buscar a su peón y no muy grata fue la sorpresa cuando encontró a éste a un lado del camino hablando con el señor Chicot.

_Buenas tardes Antonio – dijo el alcalde – que milagro verte fuera de tu casa, aunque este joven me cuenta que has vuelto a las andadas.

El santo no sabía qué decir ni cómo actuar, su interés por saber si había sido descubierto le impedía cambiar el semblante frente al representante de la ley.

_¿Qué te sucede Antonio? – continuó el amigo – ni que hubieras visto un fantasma.

El viejo ya no sabía cómo disimular. Tomó al muchacho del brazo y lo arrastró con falsos argumentos hacia la granja. Una vez que estuvieron solos, Antonio utilizó sus ardides de viejo socarrón para interrogar al muchacho sobre lo que había hecho durante el día. Nada de lo que éste contestaba pareciole pauta de que hubiera sido descubierto. El peón se cuidó demasiado al contestar, al igual que san Antonio al preguntar.

Esa noche, una preocupación más mantendría al santo en vigilia; sin embargo, el calor de la hoguera y la bebida, lo fundieron en un sopor placentero.

El buen momento no duró mucho; como la primera noche, los aullidos del perro despertaron al viejo que esta vez corrió detrás de la sombra que la luz de la luna dibujaba en su ventana.

La noche era oscura, el perro aullaba sin cesar, y el viento quebraba la copa de los árboles.

El santo se acercó a la montaña de abono gritando “ya no más, me oyes, ya no más cerdo impío” ; “no seguirás atormentándome”.

Comenzó a cavar con sus manos en el desperdicio; la desesperación se apoderó de sus miembros; cavó hasta donde se lo permitieron sus fuerzas.

A la mañana siguiente, el pueblo amaneció alborotado; san Antonio había muerto, el crudo invierno francés lo había matado.

Su servidumbre lo había encontrado sobre un montículo de abono, vestido con su ropa de cama y teñido con la blancura de la nieve.

Nadie supo qué lo empujó a semejante fin.

Tiempo después, cuando el hecho estuvo consumado y olvidado, así como la memoria del santo, el alcalde Chicot y el cabo Perrault – el peón de Antonio - , regresaron a las ruinas de lo que alguna vez había sido una granja.

_¿Qué habrá hecho que Antonio tomara esa decisión? – se preguntó el alcalde.

El cabo sacó un trozo de tela del bolsillo y respondió alargándosela al alcalde: _La culpa.

Juntos removieron la fosa de abono y encontraron el cadáver del prusiano, descompuesto y carcomido por los gusanos.

El alcalde lo miró fijamente y concluyó: _Es verdad que pagan justos por pecadores. Este santo sí que descendió a los infiernos, pero jamás subirá a los cielos.

Relato de la silla (Cuento)

Carlos y María se conocieron hace casi treinta años. Sus miradas se cruzaron por casualidad en aquella peña que organizaban en el barrio – sin ser primavera, la fogata de San Pedro y San Pablo parecía despertar en los jóvenes cierta pasión - .

Él, alto, rubio y de figura esbelta, estaba junto a la parrilla del puesto de choripanes; ella, morena de ojos verdes, se presentó ante él como una aparición divina. Ninguno pronunció palabra – aunque aquellas hubieran sobrado esa noche - ; sus miradas se cruzaron y desde ese momento todo fue ideal.

En el barrio no existía quien no conociera a esta pareja; desde niños, Carlos y María vivían en Adrogué, por lo que no fue sorpresa para los vecinos que aquel angelito rubio y travieso, y aquella muñequita de ojos verdes cruzaran sus vidas esa noche.

Creo que de todas las parejas que se formaron para esta festividad fue la única que perduró en el tiempo.

Aunque la vida les pusiera ciertos obstáculos, los jóvenes supieron sortearlos con la mayor calma y siempre juntos; no fue fácil superar la muerte del abuelo para María, y mucho menos con Carlos en el Servicio Militar.

Ya superados los malos momentos y con Carlos de regreso en el barrio, la vida se hizo más amena para ambos. Los encuentros se hicieron más frecuentes y como todos los novios, procuraban el momento más oscuro para estar a solas.

Una noche de primavera, en la que la pareja disfrutaba una caminata bajo la luz de la luna fue que la vieron y quedaron prendados de ella.

No era gran cosa; abandonada en la esquina como un simple residuo estaba ella: la sillita de madera.

Quien primero la vio fue María; recordó en ese instante que cuando niña, había tenido una igual fabricada por su abuelo. Carlos, que pareció no darle demasiada importancia, rememoró haber visto alguna similar en su infancia pero enseguida desvió la conversación. María quedó sorprendida de la poca atención que su novio prestaba a su comentario; obviamente no sabía lo que Carlos planeaba en su interior hacer con la sillita.

Esa noche, luego de dejar a María en su casa, Carlos pasó por la esquina y recogió aquel vejestorio. Gran sorpresa se llevó María semanas después cuando - vía flete - le llegó una sillita – réplica de la que compartiera sus días de infancia – junto con una tarjeta que decía:

_Para la niña que vive a diario en tu corazón.

Con cariño

Carlos.

María no cabía en sí de la alegría. La silla era igual a la que el abuelo carpintero había fabricado para su primera nieta. Carlos la había lijado y serruchado sus patas para que fuera enana; la pintó de rosa y celeste; dibujó un corazón en el asiento y grabó el nombre de su amada en el respaldo.

María salió corriendo en busca de su amor y grata fue la sorpresa cuando encontró a Carlos a la vuelta de la esquina junto con un ramo de rosas y otra tarjeta que decía:

_Di que sí ¡!

Ambos se abrazaron y besaron como nunca, ya no sentían vergüenza de las demostraciones de afecto en público, sino que debían comunicar a todos la felicidad que sentían porque se iban a casar.

.............................................

Y como ves, Juancito, esa sillita en la que estás sentado tiene la edad de tu mamá; el abuelo me la regaló el día en que supimos que íbamos a estar juntos para siempre.

Las Simples Palabras (Ensayo)

¡Las simples palabras! ¡Qué terribles son!

¡Qué límpidas, qué brillantes o qué crueles! [...]

¿Qué sutil magia hay, pues, en ellas?

Diríase [...]que tienen una música propia [...]

¡Las simples palabras![1]

Abro este o aquel libro y allí están... las simples palabras...

Qué son las palabras, simplemente una breve combinación de letras con un significado; un significado que no siempre dice lo que quiere decir.

¿Lo ves? son simple, están escritas llenando el espacio vacío de esa hoja en blanco, dicen lo que se lee: si yo leo “...el viento y el mar pelean pero es la pequeña barca quien sale herida...”, simplemente leo eso; la combinación de letras me indica un suceso común en el campo de la navegación y sin embargo yo, como lector audaz, qué es lo que busco detrás de esas palabras. Busco la magia de su sentido, de mi sentir. Me dejo encantar por la delicada melodía de la musa: cierro los ojos y de pronto me hallo en ese punto en que el horizonte se pierde, aquél en el que puedo ser la reina Ginebra en brazos de Lancelot, o el marino que naufraga en la tempestad...

La música me encanta; el demiurgo, el genio mágico encerrado en el texto me propone un pacto secreto, un pacto de lectura como diría Umberto Eco: el lector entra en el texto, bucea en ese vasto mar de palabras y las imaginaciones del autor y del lector se combinan de la forma más extraordinaria: uno dibuja la magia y el encantamiento de la obra; el otro le da color y vida cada vez que en su mente moldea – como Dios – a los muchos Adanes del texto.

Pero no siempre es así, muchas veces aunque lo intento y me esfuerzo por llevarlo adelante, ese pacto no se cumple; el goce de la lectura se quiebra por una delgada línea negra que de pronto se convierte en un garabato o una reflexión dictada al oído.

El análisis literario, ese aprendido en la búsqueda de una vocación, pasa a ser no una herramienta, sino un perjuicio, un desencadenante de pensamientos y reflexiones que acaban con la inocencia de la lectura; esa primera lectura ingenua que me situaba en un mundo diferente del presente; un nuevo mundo que me hacía soñar; mundo que desempolvaba al tomar el libro del estante y que al abrirlo, al igual que la música, me alimenta el alma. Me gusta creer que un buen libro es “ambrosía”, alimento de dioses.

Por esto, por esa desilusión sufrida al quebrantarse el pacto de lectura es que me dedico – de vez en cuando – a escribir; para recuperar desde el otro lado, desde el escritor, la inocencia del juego: encontrar las palabras, recrear personajes y ponerles color es un desafío satisfactorio para mí.

Te preguntarás, lector, por qué considero desafío algo que en verdad me produce placer; porque como lector le exijo a mi faceta de escritor las mismas cosas que a otros “colegas”.

Tarea difícil: me siento frente a la hoja en blanco y ... y pienso; entonces surgen muchas dudas: ¿qué quiero transmitir? ¿cómo lo hago? ¿entenderá mi lector lo mismo que yo? ¿le gustará o no?... Frente a este mar de tempestades literarias cierro los ojos y me subo a una torre; y cuando estoy allí, desde su balcón observo el vasto horizonte, me dejo llevar por la magia de la inmensidad. El abismo extenso me conmueve y en lugar de temerle lo amo. Por un instante no existe nada detrás de ese más allá que es mío; es mi ciudad; soy su dueña y así la contemplo, la observo minuciosamente, la reconozco... y así surgen las ideas, los personajes y los colores... en fin, las palabras: mis simples palabras.

La torre una mesa, el abismo una hoja, la ciudad mi pluma. El terror al vacío se desvanece cuando reconozco las palabras, cuando encadenadas las notas musicales cantan al oído la melodía de la imaginación; entonces el blanco se puebla, se reconocen las caras, los sentimientos.

¿Cuánto habré dejado de mí en ese texto? ¿Me descubrirá el lector detrás de ese ánima que juega con los niños, o esa pareja de amantes penetrados por el hijo del íncubo?...

Ahora las comprendo; ahora puedo descubrir en el fondo de mi naturaleza qué son las simples palabras y qué sutil magia hay en ellas: son parte de mí; son mi propia esencia que se esconde detrás de esa hilera de letras trazadas a lo largo de la historia narrada.

Ahora sé que la sutil magia reside en permitirme recuperar la inocencia perdida revelando aquello que quiero ocultar.

Y después de todo ahí están, dispuestas unas junto a otras las simples palabras.




[1] Oscar wilde, “El retrato de Dorian Grey”, en Obras Completas, Tomo I, Joaquín Gil Editor, Bs. As., 1944 (p.45).

La Mona que se hizo Luna (Cuento infantil)

Hace mucho tiempo, en la selva misionera, sucedió la historia que hoy les voy a narrar.

Cerca de las cataratas del Iguazú, allá donde el río se hace angosto y se puede sentir la respiración de los jaguares, se encuentra el manantial de los monos.

Durante el día, monos, pajaritos y demás animales revoloteaban por el lugar. Durante la noche, cuando todos los animales dormían, la señora luna bajaba a bañarse al manantial.

Siendo la luna muy coqueta, formaban parte de su atuendo una sombrilla de puntillas – para los días de eclipse – una bata de gasa brillante como el sol, una cartera y unos zapatos color de estrella.

Todas las monitas de la región gustaban de la coquetería de la luna; y, como sabían que no podían tener la ropa que ella tenía, se conformaban con jugar a imitarla.

Pero, existía una monita que no se contentaba con esto. Jacinta, quien conocía los hábitos de la luna, cada noche bajaba unas ramitas de su árbol y la espiaba – para copiarla y parecerse cada día más - .

Sin embargo, Jacinta sabía que eso no era suficiente y se propuso conseguir algo del atuendo de la luna.

De éste, lo que más gustaba a Jacinta – al igual que a todas las monas – eran los zapatos. La monita creyó que robándole los zapatos a la luna, sería ella la envidia de las demás.

Sucedió que una noche de eclipse, en la que la luna bajó al manantial como todas las noches, la luna olvidó su sita con el sol y corrió par encontrarse con él dejando los zapatos olvidados en un arbusto. Jacinta, que no era tonta, aprovechó el descuido para robarse los zapatos.

La monita se puso los zapatos pero, cuando se disponía a presumirlos, para sorpresa suya, de las demás monitas y de los astros, se descubrió que los zapatos tenían un poder mágico.

Sin desearlo, mientras el sol y la luna parloteaban, Jacinta se elevó al cielo y ocupó el lugar de la luna. Grande fue la sorpresa de todos cuando vieron que – aún quitándose los zapatos – Jacinta no podía bajar y la luna ya no podía alumbrar el camino a los navegantes.

Entonces desde ese momento, las noches ya no brillan, la luna vaga por la tierra y Jacinta llora polvo de estrellas.

El Extraño Personaje (cuento)

¿Él era ella, o ella era él? No lo sé; creo que en realidad nadie lo sabe, ni siquiera quien le aconsejó que se operara.

Matilde venía de la ciudad; cuando llegó era más robusta y el cabello lo tenía de su color natural – era morena - . Las malas lenguas dicen que vino siguiendo un amor. Acá nadie la quiere, ni los chicos; usted sabe como son, cuando algo les llama la atención ellos dan vueltas alrededor de eso como moscas en la miel; lo importante es que se la pasan colgados de la reja mirando para el interior de la casa; cada vez que la ven venir salen corriendo. Ella los odia y además los amenaza, les dice que si la siguen espiando van a quedar como ella ¡castrados!

No doña, no se santigüe, desde que nació que no puede parir hijos.

Venga, acérquese que le voy a contar bajito......

No hace mucho que llegó a estos pagos. Enseguida se supo que detrás acarreaba historia. Cuentan que en la ciudad vivía en uno de esos barrios de malevos; parece que era elegante, y a varias personitas arrancó suspiros. Pero, había algo en ella que no encajaba; no se hallaba entre tanto matón y quería mandarse mudar de la capital pero, como todos, no tenía un peso.

Entonces empezó a trabajar, y ahí en el laburo conoció al tipo por el que largó todo y se vino para la aldea.

¿Cómo, no sabe quien es el tipo? Vamos doña, si acá todo el mundo lo conoce, es el Cacho, el muchacho ese que salía con su sobrina; tan buen mozo que era con esos ojos claros y el cabello ensortijado; es el marido de la modista de la aldea vecina, el camionero.

Buen chasco se llevó casándose con ese; una chica tan bonita, buena, hacendosa, venirse a casar con ese vago...No es porque sea camionero, no me mal interprete, es que éste se la pasa en la capital de trampa y le dice a la pobre que no hay carga, que no salen viajes, que en el mercado cada vez hay más empresas de transportes, que los cuentapropistas no consiguen y que sé yo que más.

Bueno, la cuestión es que el romance con esta chiruza porteña parece que no avanzaba; él no le daba mucha cabida y ella no sabía qué hacer, así que empezó a consultar a todos estos que hacen gualichos pero nada le daba resultado.

Un día le aconsejaron que fuera a ver a esta bruja que sale por T.V; ésta que es tan famosa...¿cómo se llama?...ya está, “La Malinche”.

Cómo le parece doñita, le sacó a la pobrecita la plata que no tenía y al final para qué, para que le diera un libro y le dijera que no se preocupara porque perder la calma no es aconsejable.

Qué le cuento doña que no hubo ni libro ni gualicho que le sirvieran. Matilde le dijo de todo a la bruja pero, al final, se dio cuenta de que el problema no residía en la magia sino en ella, así que le devolvió el libro a la bruja después de pedirle disculpas.

Al final, el tiempo pasó, ella se operó y parece que la cosa más o menos funcionó, y estuvieron juntos un tiempo, pero ahora hace rato que no se los ve.

Sí doña, usted lo ha dicho, se han separado. Parece que la mujer de él se enteró cuando estaba en la peluquería de Gloria. Matilde se había ido a depilar y le estaba contando a la empleada – porque son muy amigas – que le había hecho a Cacho la tarta de manzanas que tanto le gusta y qué se yo, qué se cuanto. Todo esto lo escuchó Graciela, la modista, y entró a sospechar por algo que le había dicho el marido. L a cuestión es que lo siguió, lo pescó de trampa y se armó un tole – tole que ni le cuento.

A él menos bonito, le dijo de todo, y con la otra se agarraron de las mechas.

Al final, la Graciela le dijo al Cacho que no volviera para la casa porque no lo quería ver más y no lo iba a dejar entrar.

Matilde lo insultó, le dijo de todo; le dio tantos golpes mire...Sí doña, el ojo negro que tiene se lo puso así ella.

¿Qué cómo tiene tanta fuerza?, la hizo trabajando. Matilde hasta hace tres años y medio era Roberto, trabajaba como peón de camión en el Mercado de Abasto, ayudaba a Cacho, cargaba y descargaba mercaderías de domingos a jueves durante la madrugada.

Ahora entre nos doñita, de lo que se salvó su sobrina, de un marido gordo, vago y encima raro.

jueves, 12 de febrero de 2009

Laboratorio de Escritura (Ensayo)

“…La imaginación es un acto, no una cosa…”

Jean Paul Sartre
[1]


Agradecimientos y dedicatoria:

A Damián, Camilo, Aldana y Aninha, por ser, en este proyecto, mis coequipers, mi sostén y sobre todo, los chiquillos alegres y ruidosos que sacaron del letargo a la musa.

A mis alumnos del “Taller de Escritura” – 4º Año Comunicación, por hacerme trabajar y pensar junto a ellos.

Al Instituto SUMMA, por darme este espacio y la oportunidad de ser “docente y escritora”.

A todos aquellos que me formaron, me acompañaron y me vieron crecer.

A Matías Gabriel por prestarme su espacio y sus silencios.

A todos ustedes, ¡Gracias!




Desde que descubrí las letras persigo un objetivo único que define mi esencia, y que desde que me inicié en él sigo investigando: LA ESCRITURA.
Quizás decir “soy escritora” sea un tanto pretencioso, pero no reconocer la búsqueda y la experimentación de las palabras sería injusto.
Hace algún tiempo, cuando todavía era estudiante, me proponía encontrar en la escritura aquello que la búsqueda de una vocación me había negado: la inocencia de la lectura ingenua, esa primera lectura que me situaba en un mundo diferente del presente; un nuevo mundo que me hacía soñar; mundo que desempolvaba al tomar el libro del estante y que al abrirlo, al igual que la música, me alimentaba el alma.
Por esto, porque esa delgada línea negra que delinea sensaciones, sentimientos y reflexiones me ha quitado la inocencia es que me dedico a la escritura.
Sin embargo, y voy a utilizar en esta oportunidad un resabio de la cultura popular, escribir no es soplar y hacer botella; no señor.
El ejercicio de escribir, la escritura misma, es una basta tarea que contiene en su germen tanto de uno mismo como del mundo. “Escribir es un ejercicio de sanidad” me dijo en una entrevista la escritora chivilcochense Inés Legarreta, a lo que agrego que es también una experiencia digna de ser vivida, observada y reflexionada como la mejor investigación de un científico que busca bajo su microscopio la vacuna que erradique la tristeza de la humanidad.
Amigos lectores, miren si serán vivas las palabras que a partir de una comparación metafórica utilizada para expresar una idea íntima y personal, he llegado a la puerta del tema que hoy quiero compartir con ustedes: “Laboratorio de Escritura”

Comencemos por el principio. Este Laboratorio de Escritura que hoy reúne nuevamente a mi pluma y mis simples palabras, es en verdad un proyecto planteado para participar de la XVII Feria Institucional del Libro del Instituto SUMMA. Bajo el lema “Planeta Tierra, laboratorio a la vista” – Ciencia, duda, investigación…, surgió el interrogante ¿qué relación existe entre las Ciencias y las Letras? La respuesta fue el disparador de este escrito. El proceso de escritura es tan metodológico para el escritor, como la investigación científica lo es para el laboratorista. No en vano llamamos a nuestro proyecto “LABORATORIO DE ESCRITURA”.

Antes de continuar, permítaseme una apartado; digo “nuestro proyecto” porque no estoy sola en este trabajo de describir el escribir; detrás de mí, como ángeles de la guarda y musas inspiradoras, se encuentran cuatro personitas que han aportado sabiduría y experiencia personal a esta tarea: Camilo Casais, Damián Caponigro, Aninha Menezes Ferrontato y Aldana Spivak; de ellos también es este manuscrito.

Volvamos al laboratorio. Decía en un principio que nos habíamos preguntado qué relación existe entre las Ciencias y las Letras, a lo que nos respondimos que los procesos de creación son similares. Pues bien, ahora cabe preguntarnos en qué se asemejan el proceso de investigación científica y el proceso de escritura, considerados ambos como un laboratorio; como procesos de experimentación del cual surgen o nacen las respuestas buscadas, aquellas que primigeniamente nos llevaron a bucear por el mar de las moléculas o las palabras.
Parece ésta una tarea difícil, no es así; sin embargo, tenemos una ventaja o ayuda extra: contamos con la opinión de aquellos que saben; de aquellos que son conocedores de los dos campos: las Letras y las Ciencias.
El diario CLARÍN, publicó hace algunos años, en la sección cultura, un artículo cuyo título decía: “Literatura y Ciencia, ¿una pareja despareja? ¿Qué tienen en común los dos mundos?”[2]
Sorpresivamente para muchos, el Doctor Guillermo Martínez[3] (Dr. en Ciencias Matemáticas y especialista en Lógica), ha dicho que los métodos de trabajo son asombrosamente similares: una primera etapa relativamente caótica, fragmentaria, desordenada; y luego la codificación por escrito de esos fragmentos de ideas, la ordenación, los balances, los agregados y eliminaciones, los rodeos y circunloquios, la lucha de la idea por ser reconstituida desde lo escrito, desde el texto, ya sea por procedimientos literarios o por el rigor lógico de una demostración.

Sorpresivamente para nosotros, que buscábamos la manera de describir el escribir, descubrimos que las palabras del Doctor Martínez son verdaderamente acertadas; pues esa primera etapa fragmentaria – caótica y desordenada, se traduce en la literatura como ese momento primitivo de la escritura donde las ideas revoltosas comienzan a conformar una boceto; donde las palabras se agrupan, se convierten en oraciones y hasta a veces en párrafos; y esos párrafos en ocasiones se agrupan en varios textos que a la vez que suman, dividen y continúan desordenando las ideas, pero las matizan de otro color; pues dicen que al caos le sigue el cosmos; pero ese cosmos no es inmediato, sino pregúntenle a nuestro creador…
Entonces, a esa aparente hilerita de hormigas laboriosas que surcan el papel, se le suman una serie de eventos, circunstancias y opiniones desperdigadas en la nebulosa de la musa que le dan apariencia de todo a la nada.
¿Cómo llegamos a esto?, a través de una idea; ¿cómo nace una idea?, nace de la imaginación; ¿de dónde se alimenta la imaginación?, del mundo. A veces un ser externo puede darme el tema: me indica un camino a seguir a través de una propuesta que me resulta extraña pero interesante (por ejemplo, puede simplemente decirme una palabra y dejar que, como una piedra en un estanque, aquella genere ondas en mi ser y remueva secretos escondidos en algún lugar de mi mente); otras veces, una impresión o una emoción profunda pueden empujarnos a escribir; en ciertas oportunidades el recuerdo domina a la pluma. Pero siempre, detrás de cada escritura, ya sea automática o reflexionada, dialogada descriptiva o rimada, se encuentra, soslayada entre las notas del pentagrama, la pura y simple necesidad de comunicar. Y entonces allí vamos a hacer del caos un cosmos; cuando las ideas están en la cabeza es hora de llevarlas al papel; es hora de poner los pies sobre la tierra y comenzar a buscar la originalidad en lo conocido; es hora de darle color y vida a los muchos Adanes del texto.
Los moldes de la escritura son sencillos, ya los conocemos; mis queridos colegas, presentes en estas líneas, aportan una verdad muy cierta; los personajes, los aromas, los lugares están en nuestro mundo; sólo debemos saber cómo mejorarlos. Por ejemplo, tomamos un personaje y lo maquillamos; le ponemos la estatura de papá, la sonrisa del abuelo, o el porte de Don Juan el verdulero. La tarea parece sencilla, pero en realidad es difícil porque a la escritura hay que inventarla y reinventarla; y esto exige mucho ingenio; y no se trata de tener ingenio para crear, sino de tenerlo para redescubrirnos, porque detrás de nuestra escritura existe un mensaje en un código que no es del todo ajeno al lector porque él también está detrás de ese mundo paralelo que aparentemente separa a los unos de los otros.

Estimado lector, me pareces hundido en este mar de palabras que arremolinan el genio y la musa de mi pluma. No te sientas abatido, porque de este enredo está hecha la escritura; este caos, es el caos que deriva en el cosmos. Pues sí, llega la hora del cosmos; llega la hora en que Próspero acalla los espíritus y la tempestad se torna en calma.
Es momento de codificar por escrito esos fragmentos de ideas; los balances y proporciones, los agregados y eliminaciones, llega la hora de hacer aquello que los escritores lo llaman simplemente corrección. Las palabras se ordenan y se subordinan; los verbos se transforman en verdaderas acciones y un universo nuevo sale a la luz.

El texto no se desprende de nosotros, pero sí nosotros de él. No nos pertenece desde el momento en que se lo regalamos al lector; desde que pusimos al final de la última hoja nuestros nombres para darlo en adopción; y sin embargo, no podemos negar que en el andar de sus palabras se connota el tranco de nuestra pluma.

Este texto ya no es mío, es tuyo lector; y en él te llevas parte del desorden que reinaba en la mesa de trabajo al escribir; te llevas el tiempo de las ideas que intercambiamos al producirlo; parte del silencio de las noches que vieron sucumbir las emociones al sueño.
No te asustes lector, que no te estoy reprochando nada; simplemente te estoy entreabriendo la puerta de mi laboratorio para que investigues en él y veas si entre mis tesoros y mis estados existe alguna baratija que pueda prestarte.


NOTAS
[1] En “Lo Imaginario”, S/ Datos técnicos.
[2] “Literatura y Ciencia, ¿una pareja despareja?”, Diario CLARÍN – Sección CULTURA – Lunes 05 de diciembre de 2005.
[3] Ganador del Premio Planeta 2003 por su novela “Crímenes Imperceptibles”