Diario de una Pandemia
Día 2
Mañana
Diluvia, o al menos así se presiente la ciudad. Las horas comienzan antes de lo debido; el llamado de lo salvaje apremia. Incertidumbre frente a la necesidad.
No estoy sola; gente amable, que sonríe, pone al mal tiempo buena cara. La solidaridad florece en la taza de café que se ofrece, en la presencia del Presidente del Consejo que se acerca, acompaña, sostiene y agradece.
Obstáculos en el camino, sí; piedras, más bien cascotazos insistentes, se resuelven desde la virtualidad y la amenaza queda neutralizada. A Dios gracias por la cintura política adquirida en los años de oficina.
Tarde
Arde; las comunicaciones arden, los dedos vuelan, las baterías se agotan. Aquí estoy, aquí estamos. Seguimos trabajando juntos a pesar de las presiones, los malos entendidos, los dimes y diretes, las demoras y el agotamiento que a todos nos llega.
Somos de carne y hueso, y sin embargo, como los árboles, moriremos de pie.
Pasan las horas, seguimos unidos por un hilo virtual que nos sostiene. Finalmente lo logramos; estamos, ellos y nosotros conectados.
Somos un frente unido al que solo le cabe una palabra: EQUIPO.
Pese a que lo menciono, creo que sigo en deuda: GRACIAS.
Noche
Cierro, lapidaria, un frente: el de directivo. Me quito la armadura y me reconozco humana. Abro, expectante, el otro: la profesora. Ahí están, con la sonrisa dispuesta. Los imagino, los siento: las letras de sus mensajes (otra vez por grupo, individual, en el aula, en el chat) imprimen energía y alegría. Están, esperan y responden, pacientes, a la adversidad.
Diviso, a lo lejos, una ventana abierta: la mujer. Aunque desilusionada, no dejo que el virus enferme el alma. La distancia no nos aleja, nos une aún más.
Cuelgo el cartel de cerrado no obstante sigo mirando a través de la persiana porque no puedo ni quiero dejar a nadie con la necesidad.
Nos llamo, me llamo al silencio. Mañana Dios dirá...
domingo, 22 de marzo de 2020
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