La
imagen del espejo (Retrato de un escritor)
Hola,
¿qué tal?, mucho gusto. Mi nombre es María Eugenia Massini; soy profesora de
Letras con orientación en Comunicación Social.
Probablemente
para vos, lector, este inicio resulte poco serio y para nada académico; sin
embargo, me pareció conveniente presentarme, puesto que intento entablar con
vos un diálogo íntimo por medio de este texto que me define y que en cierto
modo te abre las puertas de mi universo. Te invito a pasar para que puedas
descubrir los pormenores de la imagen que en este momento me devuelve una ya no
tan intimidante hoja en blanco.
Desde
que me inicié en el camino bendito de las letras, persigo un sueño que parece
no concretarse nunca y que sin embargo está más próximo de lo que imagino:
quiero ser escritora. Este deseo lo expreso cada vez que mis alumnos e incluso
algunos colegas (entiéndase, en la variedad de cursos que uno realiza) me
preguntan por qué elegí esta rama de la docencia. Pues bien, sepan ellos y vos,
lector, que lo que quiero es crear, comunicar y compartir; por ello, quiero
escribir.
Ahora
bien, te preguntarás qué quiero escribir, si lo hago y, por supuesto, qué tal
me va con eso. Te diré que no es tan sencillo de responder puesto que hacerlo
implica un amplio proceso de remembranzas y un poquito más de definiciones; así
que comencemos por el principio, dejame que te cuente qué entiendo por escribir
y por supuesto a qué llamo yo escritor.
Escribir,
tal como lo define el diccionario, escribe cualquiera, diariamente y quizás sin
reparos. Escribir, tal como yo lo entiendo, es otra cosa; es un arte, un proceso
paulatino, meticuloso y ordenado mediante el cual damos a luz un texto que
contiene en su germen no sólo conceptos sino también intenciones, pensamientos
y sobre todo dedicación. El arte de escribir es un proceso creativo en el cual
el autor del texto se desdobla para dejar en el mensaje parte de su esencia,
rastros de conocimiento, su humanidad.
Creerás
que lo dicho anteriormente suena cursi y azucarado; sin embargo, a lo largo de
los años he comprendido que el proceso de escritura es así. No cuenta
simplemente lo extraído de otros y el vuelo imaginativo, sino que también pesa
todo lo que uno vuelca de sí mismo en las páginas que conforman el texto.
Lo
que acabo de expresarte tiene su razón de ser. Verás, al inicio de mi proceso
creador consideraba que escritor era simplemente aquel que escribía con
intención literaria; y de hecho tanto lo creía, que mis esfuerzos se
concentraban en lograr producciones poéticas que descansaron primero en un cajón
para luego morir en la basura puesto que, los muchos análisis literarios
transformaron al artista en crítico; un crítico bastante duro que no tuvo
piedad consigo mismo y decidió que las declamaciones amorosas de una
adolescente no estaban al nivel de los primeros trabajos en prosa narrativa que
comenzaban a clarear en el horizonte literario. Parecía que se acercaban buenos
tiempos entonces, y de hecho lo fueron; la pluma se hallaba nutrida de práctica
y buena lectura y producía sin cesar todo aquello que se le exigía. Hoy en día
ese ejercicio quedó suspendido por necesidad. Lo cierto es que las exigencias
actuales (tiempo, trabajo y demás menesteres) han hecho que dejara de lado la
creación de nuevos mundos para abocarme de lleno a otro tipo de producciones:
escrituras funcionales y expositivas.
Como
bien te dije en líneas anteriores, soy docente; lo que no te mencioné es que
además soy empleada administrativa en una oficina de Recursos Humanos. Linda
mezcla, ¿no? Bueno, miralo como lo miro yo, hago uso
y abuso de la comunicación que es algo que me encanta.
La
profesión y el deber me empujan a producir textos que carecen de vuelo
imaginativo a menos que yo misma me aburra de la teoría y decida ponerle un
poco de “onda” a la redacción para no hacer el conocimiento tan monótono. Éste es el
único modo en que puedo darle rienda suelta a la imaginación; detrás del
contenido conceptual, agrego una pizca de invención que se deja integrar de la
mano de ejemplos que alimentan el humor a partir de la hiperbolización de
acontecimientos cotidianos.
En
tanto que la escuela me brinda un respiro creativo, la oficina no me lo
permite, pues todo debe ser tan claro y conciso que los
textos se vuelven monótonos, aburridos e incluso vacíos porque el esfuerzo y el
empeño puestos en la producción acaban en saco roto. Los receptores son autómatas
que responden sin leer e incluso la correcta sintaxis que en esos casos es tan
fundamental queda tendida bajo los pies de la indiferencia. Los
recursos cohesivos se pierden en la ignorancia a excepción de la repetición y
por el simple hecho de que se deposita en ella la esperanza de que el mensaje
sea comprendido por el receptor.
Así
y todo, con lo vertiginoso de las propuestas puedo decirte ahora que me estoy
acercando a mi deseo, casi lo alcanzo. Las distintas experiencias que me
ofrece el día a día son atrapantes; el arte de escribir pone en funcionamiento
la mente; obliga a pensar. No interesa qué tanto deba hacer o producir y cuál
sea la intención del producto; lo interesante es sentarme frente a la hoja en
blanco, tomar el lápiz y producir. Luego llegará el momento de la PC y las múltiples revisiones
hasta tanto decida dar a luz.
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